OCIO

LAVAPIÉS- PRIMERA PARTE

¿Vamos a Lavapiés o al Avapiés? No es fácil decidirse en uno u otro sentido. La etimología de esta palabra no está aún perfectamente aclarada y cada autor que trata de esta materia expone y razona más o menos felizmente su teoría, sin llegar a conclusiones incontestables.

Muchas son en efecto las hipótesis emitidas en este sentido. Es lo cierto que, si en el siglo XIX se denominaba por el pueblo a este barrio, con el nombre del Avapiés, en los documentos oficiales que a él se refieren se escribe constantemente Lavapiés. Como también lo hicieron en su tiempo, entre otros autores clásicos, Cervantes, Lope de Vega y Tirso de Molina.

No debe olvidarse en este sentido la hipótesis, muy verosímil, de que este nombre propio emana, por corrupción deducida del uso popular, de la palabra hebrea «aba-puest», que significa «lugar de judíos», lo que era en realidad éste.

En efecto, conviene decir que este barrio, hasta 1492, era la antigua judería y que a partir de esta fecha -que es la de la expulsión por los Reyes Católicos- tuvieron aquí su refugio gran número de conversos, más o menos sinceros. Esta judería se extendía en alrededor de la sinagoga, que ocupaba entonces el lugar donde hoy está la parroquia de San Lorenzo, debiéndose en estas condiciones la actual plaza de Lavapiés, como el centro de la aljama. Otras muchas versiones, más o menos pintorescas, fantásticas y verosímiles, existen en este sentido.

Asunto de primordial interés, antes de entrar en la descripción pormenorizada de este conjunto urbano, es hacer por lo menos un ligero bosquejo de los característicos habitantes de esta zona. Si como ya es sabido los chisperos habitaban los «barrios altos» del Barquillo y Maravillas, estos «bajos» estaban poblados por sus rivales, los manolos, que ocupaban de preferencia esta zona, aunque se extendieran también hacia el Rastro, las Vistillas y la Inclusa. Este nombre genérico les fue dado al parecer por el gran sainetero don Ramón de la Cruz, basándose en la costumbre adquirida por los conversos -primeros moradores del barrio- de bautizar a su primogénito con el nombre de Manuel

Los manolos eran por lo general producto de la fusión entre los antiguos conversos y gentes venidas de fuera en busca de acomodo, que procedían de lugares tan distintos como Toledo, Andalucía, Valencia, Murcia o Valladolid, etc., por lo que es fácil colegir que sus costumbres y tipos debían inicialmente ser muy heterogéneos. No obstante, la prolongada convivencia y la unidad del ambiente en que se realizaba ésta no tardo en plasmar un tipo homogéneo y muy característico, bien diferenciado de los restantes madrileños.

Los manolos eran, según puede inferirse de los cronistas y costumbristas coetáneos, de genio vivo y siempre beligerantes, dados a los gestos expresivos y siempre exagerados, de palabra fácil y pintoresca, sembrada de ingeniosos desplantes; eran orgullosos y no reconocían superioridad en nada ni en nadie. Es curioso señalar que el manolo y más tarde su sucesor, el chulo, a pesar del imperativo piadoso del tiempo, iba poco a la iglesia, habla¬ba mal de los curas, pero luego tenía en su casa una ima¬gen de la Virgen a la que no faltaba nunca su «mariposa» o lamparilla de aceite.

A diferencia de los chisperos o «tiznaos» -llamados así por su aspecto sucio y descuidado, debido a su contacto con la fragua- los manolos eran limpios y cuidadosos en su indumento y esta distinción era una más de las causas que mantenían la hostil rivalidad entre ambos grupos de madrileños. El chulo y la chula, de las que tanto trata la literatura del siglo XIX, no son más que la evolución en el tiempo del manolo y la manola, su devenir al compás de los años. Para Répide la palabra «chulo», proviene del árabe «chaul». que quiere decir «muchacho». Digamos por ultimo que en las referencias al bajo pueblo madrileño se repiten los nombres de majo y maja, que tienen su origen en a la ancestral romería de Santiago el Verde que se celebraba e! día 1" de mayo, a la que acudían los manolos con sus mejores galas y donde se elegían los «mayos»; de aquí vino el dicho, de llamar «mayo» o «majo» a la persona engalanada.

Al hablar de este barrio sería omisión imperdonable no referirse a los buñuelos, la rica y popular golosina madrileña, compañera inseparable del chocolate, el mejor, o por lo menos el único de los tesoros perdurables llegados de América. Los buñuelos de Lavapiés gozaron de muy justa fama y aún hoy día pueden degustarse en la verbena, de San Lorenzo.

 

[....continuará.....]


 

 

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